GEOGRAFÍA - PAÍSES: Suecia - 4ª parte
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Geografía

PAÍSES

Suecia - 4ª parte


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Historia: s. XVII a XX

letra capitular En el s. XVII el rey Gustavo Adolfo II (1611-32) amplió este poderío, afirmando el poderío marítimo sueco en el Báltico, a la par que creaba una floreciente potencia nórdica dotada de un poderoso ejército, el cual obtuvo brillantes victorias en la Guerra de los Treinta Años. El monarca guerreó en Alemania a favor de la causa luterana y llevó de regreso a su país libros e ideas alemanas. También desarrolló una importante labor en el interior del reino, reorganizando la administración de justicia, el comercio y la industria, a la vez que fomentaba la instrucción del pueblo y lograba la reconciliación de la nobleza con la corona. Su hija, la reina Cristina de Suecia, continuó con la expansión del reino y, después de negociar un tratado de paz con Dinamarca, firmó en 1648 la Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años y convirtió al Báltico en un «lago sueco».

Culta y emprendedora, la reina se dedicó a proteger las artes, las letras y las ciencias, pero su conversión al catolicismo la obligó a abdicar, bajo la presión del parlamento luterano, en favor de Carlos X, quien llevó adelante las guerras contra Polonia, Dinamarca y Rusia, obtuvo la victoria de Varsovia y obligó a Dinamarca a entregar las provincias meridionales de Suecia. Tras el reinado de Carlos XI, en 1679, al subir al trono un joven de quince años de edad, Carlos XII, las vecinas potencias Dinamarca, Rusia y Polonia vieron llegada su oportunidad de arrebatar a Suecia sus más importantes posesiones del exterior; para conseguirlo formaron una coalición antisueca, que llevó a las llamadas guerras del Norte.

Después de la derrota de Poltava (1709), en la que Carlos X fue definitivamente vencido por Pedro el Grande de Rusia, el Imperio sueco se desmembró y el país cayó en la esfera de influencia rusa. A la muerte del monarca se firmaron los tratados de Nystad y Estocolmo (1720-21), por los que Suecia cedió sus posesiones en la costa báltica, quedando el interior del país al borde del colapso y exhausto por las empresas guerreras. La ruinosa situación allanó el camino a una serie de reformas que permitieron designar a este período del s. XVIII sueco como la «era de la libertad». La corona, en manos de Ulrica Leonor, tuvo que aceptar una Constitución en la que se atribuían mayores poderes al Parlamento y se relegaba al soberano a un papel subordinado, asignando el poder ejecutivo a la Dieta de los Estados. Se instauró un régimen bipartidista, en el que el partido del Mossur (gorros), de tendencias pacifistas, disputó el poder al Hattar (sombreros), de orientación francófila y belicista. La influencia rusa no decayó, pero el país vivió una época de bonanza económica y cultural; se fundó la Academia Sueca y científicos como Linneo desarrollaron su trabajo.

En el último tercio del s. XVIII, una nueva Constitución inspirada por Gustavo II (1771-92) dejó nuevamente en manos del monarca la soberanía más absoluta y la facultad de disponer de los ingresos del Estado. Su sucesor, Gustavo IV (1792-1809), hostil a la Revolución Francesa, se mostró poco eficaz ante el expansionismo napoleónico y terminó por ceder Finlandia de manera definitiva a los rusos en 1808. Los sucesivos fracasos políticos le llevaron a ser expulsado del trono, siendo sustituido por Carlos XIII. La proclamación del nuevo rey fue seguida por la reimplantación del régimen constitucional y la aprobación de una ley fundamental que instauraba para todos los asuntos de Estado un ministerio de nueve miembros responsables ante la representación popular.

Al carecer de heredero, la Dieta reunida en agosto de 1810 eligió como sucesor al trono al mariscal francés Jean-Baptiste Bernadotte, que reinó con el nombre de Carlos XIV (1818-44), y dotó al país de un régimen liberal que estuvo acompañado por un desarrollo económico sin precedentes. Bernadotte participó en la coalición contra Napoleón en 1812, destacándose al mando del ejército del Norte en la batalla de Leipzig. A cambio consiguió que la paz de Kiel cediera a Suecia el trono de Noruega, lo que compensaba la pérdida de Finlandia en manos de Rusia. Comenzó así una unión de los dos países nórdicos que duraría casi un siglo. Después de la Conferencia de Viena (1815), Suecia orientó su política exterior hacia el neutralismo, mientras en el plano interno se iniciaba una época de transformaciones y progreso. Posteriormente, los reyes Carlos XIV, Oscar I y Carlos XV dictaron una serie de medidas que, inspiradas en el carácter liberalizador del s. XIX, reformaron la sociedad y las instituciones. Se decretó la obligatoriedad de la enseñanza, se aprobó la tolerancia religiosa y se estableció el libre comercio; también se reformó el Parlamento, adoptando un sistema bicameral que sustituyó al régimen estamental heredado de la Edad Media. Se realizaron importantes medidas económicas que intentaron paliar el desequilibrio entre el incremento de la población y los recursos agrícolas, pero no pudieron frenar la fuerte corriente migratoria hacia América.

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