GEOGRAFÍA - PAÍSES: Holanda - 3ª parte
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Geografía

PAÍSES

Holanda (Países Bajos) - 3ª parte


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Historia

ntes de la romanización, el territorio que se corresponde con los Países Bajos estaba poblado, en su parte meridional, por celtas y bátavos, y el resto por frisones. Fue ocupado en tiempos del emperador Augusto por los romanos, que la convirtieron en una provincia imperial con el nombre de Galia Belga (15 a C). Cuando los romanos se replegaron y fijaron el Límex en el Rin (s. III), los deltas de este río, del Mosa y del Escalda quedaron en poder de otro pueblo germánico, los francos salios, que recibieron el estatuto de federados de Roma, y que introdujeron el cristianismo.

En la Nochevieja del año 406 los bárbaros no aliados de los romanos (suevos, vándalos y alanos), cruzaron los cauces helados de los ríos e iniciaron la destrucción del Imperio, pero el reino de los francos los rechazó. Su rey Clovis, mítico patriarca de los franceses, inició el año 481 la segunda conquista de Galia, ahora desde el N. En el s. VII el Reino de los francos se dividió en dos, marcando la línea de separación entre dos grupos dialectales: románico en occidente (Austrasia) y germánico en oriente (Neustria). Ambos reinos fueron ramificados temporalmente por Carlomagno, para ser definitivamente separados a la muerte de su heredero Luis el Piadoso, quedando la parte románica vinculada al Reino de Francia, y la parte alemana al Sacro Imperio Romano Germánico (Tratado de Verdún del año 834). En los dos siglos posteriores se suceden violentos ataques vikingos que obligan a organizar el territorio en función de las necesidades de defensa. Carlomagno había emprendido la primera centralización de este territorio y lo había dividido en unos 50 distritos administrados por condes.

Con Luis el Piadoso se manifestó la tendencia a la atomización al devenir hereditario el título de conde. Para contrarrestar dicha tendencia, el monarca tuvo que estar constantemente viajando para reafirmar su autoridad con su presencia física. Pero la disgregación en pequeños estados en torno a una fortaleza o núcleo defensivo fue constatable: es lo que se conoce como proceso de feudalización. A pesar de los intentos de los emperadores alemanes, iniciados por Enrique I, por afirmar su autoridad contrarrestando la pujanza de los señores locales mediante el «Sistema de Iglesias Imperiales», consistente en nombrar obispos investidos también de poder temporal y leales al monarca (obispados de Utrecht, Lieja y Cambrai) entre los años 1100 y el 1300 se instaló en esa zona del N de Francia el feudalismo. La pugna entre señores feudales y la casa imperial para controlar la investidura de cargos eclesiásticos se plasmó en procesos jurídicos y enfrentamientos armados conocidos como «La Querella de las Investiduras».

La tendencia a la disgregación no se invirtió hasta el s. XIV, cuando se renovó el impulso de la ideología monárquica. El conde de Flandes asumió el papel de unificador de los estados de lengua flamenca oponiéndose a las aspiraciones del rey de Francia, para lo cual mantuvo la neutralidad durante la Guerra de los 100 años que enfrentó a las dinastías francesa e inglesa, consiguiendo con ello preservar la principal fuente de su prosperidad: la industria de paños, dependiente de la lana inglesa. Esa política de neutralidad se complementó con una estrategia de alianzas personales y matrimoniales: Margarita, heredera del condado de Flandes al extinguirse la línea masculina, fue casada con el duque de Borgoña, poseedor de vastos territorios. Así, Flandes, gracias a su poder económico, fue el núcleo de resistencia de los Valois borgoñones contra la expansiva monarquía francesa. En esta coyuntura, los Países Bajos recibieron el segundo impulso centralizador de su historia: el Duque de Borgoña, basándose en las instituciones precedentes, creó un Gran Consejo Ducal, presidido por un Canciller, que asumía la representación de todos sus Estados. Las alianzas matrimoniales culminaron en la unión con la dinastía de los Habsburgo. Carlos V, que en el s. XV unificó en su persona las líneas española y alemana de los Habsburgo, inició la dominación hispánica de los Países Bajos. Con la nueva dinastía la centralización de las 17 provincias se hizo realidad; el Gran Consejo Ducal se escindió en tres órganos responsables ante la Corona: el Consejo de Estado, formado por la nobleza, el Consejo Privado, por asesores jurídicos, y el de Finanzas.

Tanto fue el empeño de Carlos V y de su hijo Felipe II en imponer un estado «moderno», centralizador y absolutista, que provocaron una reacción en forma de sublevación antiespañola, la guerra de los 80 años: la política de enfrentamiento de los Habsburgo con Francia perjudicaba los intereses comerciales de la naciente burguesía de los Países Bajos, y la defensa a ultranza del Papado contra los calvinistas había degenerado en una represión brutal guiada por la Inquisición. La secuencia de acontecimientos se inició en 1566, cuando los calvinistas desataron su furia iconoclasta, provocando altercados públicos.

Todos los partidarios del orden establecido se alinearon con los católicos, mientras que aquellos que tenían reivindicaciones pendientes se sumaron a la campaña protestante exigiendo libertad de cultos. Felipe II optó por responder con la represión más brutal, encargada al Duque de Alba. De tal manera se excedieron, que los disturbios iniciales desembocaron en una auténtica sublevación, dirigida por la Asamblea de Estados de Dordrecht, organización dirigida por Guillermo de Orange. La monarquía tuvo que replegarse prudentemente e iniciar una política conciliadora, sustituyendo al Duque de Alba por Don Luis de Requesens. No obstante, se emprendió la tarea de separar las provincias del S, consideradas más fáciles de controlar, dada su menor cohesión interna, de las del N. De hecho, estos territorios del N que corresponden a la actual Holanda, configurados como la Unión de Utrecht, se proclamaron como República de las Provincias Unidas y pudieron mantener su desafío a Felipe II gracias a la complacencia de Francia y Alemania. En esos años tuvo lugar el desastre de la Armada Invencible, cuya misión era castigar a Inglaterra por su apoyo a las Provincias Unidas.

La República, que era tal dado que Felipe II había hecho asesinar al aspirante natural a un hipotético trono (Guillermo de Orange), estaba dividida en 7 minirrepúblicas, a su vez muy poco centralizadas. Tres elementos proporcionaban cohesión a esa alianza: la permanente amenaza exterior, el jefe militar de la República o Stathovder, y el decisivo peso económico del Estado Provincial de Holanda, con más del 50 % de los recursos de todo el pacto. En 1648 consiguieron, mediante el Tratado de Westphalia, el pleno reconocimiento de su independencia. A partir de ese momento se produjo una oposición entre los sueños dinásticos del Stathovder y el deseo de mantenerse con una unión menos rígida y no personalizada que encabezaba el Estado Provincial de Holanda.

A quienes ostentaron el cargo de Stathovder les convenía mantener vivas las operaciones militares, base de su poder, en tanto que la prosperidad comercial de Holanda necesitaba de una política de paz. Por ello, la próspera provincia hizo todo lo posible por obtener un gobierno sin Stathovder, lo cual finalmente consiguió. Pero, de hecho, los conflictos de armas, aunque de carácter defensivo, no cesaron hasta la conclusión de las guerras de sucesión española y austríaca, inaugurándose entonces un período de neutralidad sólo roto por la cuarta guerra comercial angloholandesa. La República de Provincias Neerlandesas mantuvo su independencia hasta la Revolución Francesa, apoyada en una expansión comercial que le proporcionó prosperidad económica, situación excepcional en una Europa en recesión entre 1600 y 1750. El comercio a larga distancia de aquella época topaba con inconvenientes serios: escasez de corrientes comerciales, incertidumbre de la demanda, imperfección de las comunicaciones, etc.

Desde las provincias neerlandesas, y especialmente desde Amsterdam, se ejerció la función de controlar los trasbordos, la reventa y el tratamiento de las mercancías, los precios y los costes de los viajes, todo ello basándose en su inmensa flota comercial (unos 15 000 navíos), y en su organización institucional: las Compañías de las Indias Orientales y Occidentales, y el Banco de Cambio de Amsterdam. Este capitalismo comercial se asentaba en una sociedad particular dentro del conjunto europeo: el porcentaje de población urbana era muy superior a la media europea, y la agricultura era la más avanzada del continente. Así, pudo crearse una incipiente industria en las ciudades con el capital que suministraba la actividad mercantil. Esta hegemonía sucumbió en el s. XVII a la competencia de Francia e Inglaterra. De esta manera, tras la Revolución Francesa los Países Bajos se convirtieron en un estado satélite de la Francia revolucionaria (República Batavia), con la complacencia de los jacobinos locales. Napoleón creó para su hermano Luis el Reino de Holanda, que incluía a Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Derrotado Bonaparte, en Congreso de Viena puso al frente del ahora Reino de los Países Bajos a Guillermo V de Orange, pero éste no pudo mantenerlo unido y, en 1830, debió reconocer la independencia de Bélgica y Luxemburgo. Asimismo, las presiones de los liberales durante la segunda mitad del s. XIX forzaron la concesión de reformas constitucionales que limitaban su poder absoluto: responsabilidad política y penal de los ministros, derechos de información, enmienda e interpelación, etc.

Tres fueron los ejes que abrieron el camino hacia una democracia moderna: la reforma de la enseñanza, reclamándose el reconocimiento de la pública y laica, el sufragio universal (1917) y las leyes de protección social. En torno a ellos se configuraron los partidos políticos. A lo largo de la primera mitad del s. XX, los Países Bajos mantuvieron su política exterior de neutralismo. Así, durante la Primera Conflagración Mundial, el país prestó ayuda humanitaria a la invadida Bélgica, y una vez finalizado el conflicto dio asilo al Kaiser alemán y permitió la retirada de su ejército a través de su territorio. Durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de su neutralidad, fue ocupada por el ejército alemán y sufrió un brutal genocidio de su población judía. La guerra provocó también la pérdida de la mayoría de sus colonias (Surinam e Indias Holandesas), en un proceso progresivo culminado en los años 60. Ello obligó a organizar su economía sobre nuevas bases.

Aún en pleno conflicto, en 1944, los gobiernos en el exilio de Holanda, Bélgica y Luxemburgo fundaron la unión aduanera del Benelux, que posteriormente fue un modelo para la creación de la CE, de la que fueron también socios fundadores. Gracias a esta activa política de integración, la recuperación económica de la postguerra fue muy rápida y permitió a los Países Bajos mantenerse entre los estados más desarrollados de Europa. El ingreso en la OTAN supuso el abandono de la política de neutralidad, por lo que ellos denominan política pacifista activa y de cooperación al desarrollo.

El repartimiento del voto ha llevado frecuentemente a la formación de gobiernos de coalición. Rud Lubbers, líder democratacristiano, encabezó el gobierno durante tres mandatos hasta la victoria socialdemócrata de mayo de 1994. Estos comicios llevaron a Wim Kok a la jefatura del gabinete. Entre finales de enero y principios de febrero de 1995, se produjeron unas catastróficas inundaciones que pusieron a prueba el sistema de diques holandés, mediante el cual el país consigue ganar terreno al mar. Amplias áreas de Holanda tuvieron que ser evacuadas, y se estimaron unos daños materiales por valor de más de 150.000 millones de pesetas.

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