Serendipias científicas: Paul Héroult y Charles Hall

Para nosotros, las mentes inquietas, que observamos la ciencia desde la curiosidad extrema, nos enredamos habitualmente en cuestiones que para muchos pasan desapercibidas. Somos como los niños pequeños cuando comienzan a interesarse por las cosas que le rodean, y que no dejan de preguntar insistentemente… qué es, cómo es, cómo funciona, para qué sirve… Lamentablemente, conforme crecemos muchos vamos perdiendo esa capacidad de preguntar y asombrarse de lo que vamos descubriendo.

Pero algunos, ya bien creciditos y pasado el prefijo de los 50, seguimos con la cantinela. Nuestra capacidad de asombro no sólo no se ha perdido, si no que se ha potenciado; es como una droga: necesitamos más y más, y cuanto más consumimos más dosis precisamos para mantener calmadas nuestras ansias de conocimiento. El artículo de hoy es fruto de esa inquietud por conocer, y del asombro que producen algunos hechos poco habituales o desconocidos.

Me llaman poderosamente la atención algunas serendipias científicas (yo las llamaría más propiamente chiripas científicas), sorprendentes casualidades que se han dado a lo largo de la historia, y que en algún caso parecen pertenecer al campo de lo paranormal. Pero nada de eso, todo lo relatado son hechos constatados que pertenecen a la historia real.

El caso que expongo es el de los científicos Paul Louis Toussaint Héroult y Charles Martin Hall, inventores del método electrolítico para producir aluminio a nivel industrial. Ambos, por alguna razón del destino, sin conocerse de nada, nacidos en continentes diferentes, quedaron inexplicablemente ligados desde el mismo momento que vinieron al mundo.

Ellos eran muy diferentes en lo que se refiere a personalidad. Mientras que Charles era un químico estadounidense que seguía el método científico para sus investigaciones, Paul era un ingeniero metalúrgico francés inquieto, rebelde, de difícil trato y que rechazaba la disciplina científica a que estaba obligado un investigador que se precie, pero estaba tocado por una varita mágica o era poseedor de un genio que en determinado momento brilló.

 
Charles Hall y Paul Héroult

En principio no sorprende que Charles y Paul nacieran en el mismo año (1863), aunque Paul vino al mundo 8 meses antes que Charles. Pero como si ya estuviera predestinado, ambos murieron también en el mismo año (1914), cuando contaban solo 51 años de edad, y no queda ahí la casualidad, porque Paul murió, al igual que nació, exactamente 8 meses antes que Charles. Los dos también tenían una característica común cuando escribían su apellido: lo hacían con su inicial y curiosamente era la misma letra (la “H” de Hall y de Heroult).

En la época en que ambos científicos se licenciaron en sus respectivos países, el aluminio era un metal tan caro como la plata y sólo se utilizaba para artículos de lujo y joyería, pues el procedimiento para conseguirlo era muy costoso. Los dos, sin ningún tipo de relación y separados por miles de kilómetros, tuvieron una misma idea al mismo tiempo y la pusieron en práctica simultáneamente, la de conseguir un método económico para producir aluminio. Curiosamente, en una nueva casualidad, los dos vivían con sus respectivos padres, e instalaron en las casas los laboratorios que servirían para sus investigaciones.

Charles y Paul comenzaron a trabajar en sus proyectos ignorantes no sólo de la existencia mutua, si no también de que investigaban sobre lo mismo y al mismo tiempo. Y de nuevo se produjo otra chiripa científica: ambos descubrieron el procedimiento de obtención de aluminio por electrolisis exactamente en el mismo año: 1886.

Cuando los dos procedieron a patentar el invento, fue la primera vez que tuvieron conocimiento y con sorpresa de la existencia del otro, aunque jamás se llegaron a conocer personalmente. Paul tomó la iniciativa y demandó a Charles por plagio, lo que inició un largo proceso judicial que culminaría en 1893. Finalmente, se demostró que no existía vínculo entre ambos, que los experimentos habían sido llevados discretamente y que tampoco habían realizado publicación previa alguna de sus investigaciones. Como resultado ambos pudieron patentar sendos inventos en sus respectivos países. Con el tiempo, el nuevo método de producción industrial del aluminio terminó conociéndose como proceso Hall-Héroult, en reconocimiento a la gran aportación científica que realizaron.

Hoy, gracias a estos dos científicos el aluminio es un metal de uso común, que forma parte de nuestra vida diaria en numerosos utensilios y materiales. Es muy económico de producir, de hecho se fabrica más aluminio en el mundo que el resto de metales no ferrosos juntos. Pero resultan sorprendentes las chiripas científicas que llevaron a su consecución, y no menos las concordancias, casuales o no, que existieron entre ambos investigadores.

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Abel Domínguez

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