LA RADIO EN LA LITERATURA: ENTRE DOS BANDERAS

“El aprendizaje auténtico no es el saber cosas, sino aquel que modifica conductas para no repetir errores.”
[Luis Fernando Valero]

De nuevo una reseña que uno no espera realizar. Cuando lo compré estaba en un momento nostálgico por aquellos casi dos años en el servicio militar y mi paso por obligación por diferentes lugares directamente implicados con la Armada Española. Ya me había leído alguna obra de este autor, de agradable lectura y sobre todo, sin acritud. Así que pensé, ¿por qué no hincarle el diente a ENTRE DOS BANDERAS (en cierta medida me enfrentaba a una lectura, pensaba, similar a DOBLE BARAJA, pero mucho menos cruda) jamás pensé que, por la temática, la radio también estuviera presente, pero evidentemente, rápidamente esa sensación desapareció y la radio, ¡cómo no!, estaba amagada entre sus páginas.

Los libros de Meana -o al menos los que me encontré en la librería que suelo visitar en mis viajes a la Ciudad Condal- tienen como campo de acción el MUNDO NAVAL o POLAR y eso fue lo que me hizo adquirirlos. La verdad que, al menos en este que acabo de finiquitar, me cautivó. Y como siempre decimos: ¡Qué diferencia respecto a otros autores que con menos mimbres, se creen que pueden pontificar! Trata sobre la INCIVIL de nuestra contienda que la MEMORIA HISTÓRICA está haciendo reverdecer, pero que nadie se engañe, el autor no hace concesiones y trata el tema con una sencillez que te cautiva: es el lector el que ha de hacerse su toma de posesión en un conflicto en el que muchos se vieron involucrados sin tener nada que ver y esa es la historia del protagonista principal que, capitaneando un barco entre Valencia y Guinea Española, un día se encuentra en “medio del fregao” y acaba en la Marina Norteamericana capitaneando un mercante que debe llevar recursos a los europeos en la II Guerra Mundial.

Impacta la simbiosis entre los hombres de mar. El lazo que se establece entre ellos y, ciertamente, mucho más duradero que el existente en tierra. Sin duda porque en un barco todos tienen que hacer concesiones para llegar a puerto y las dificultades no entienden ni de horas, ni de festivos, ni de derechos de todo tipo que, al parecer, en aquella incivil ya se comenzaron a vislumbrar y amargaron a más de una de las oficialidades tanto en la Civil como en la Militar.

El libro narra la vida en el mercante maderero Aitana hasta que es hundido en el Mediterráneo [había sido requisado previamente por los republicanos] y los sobrevivientes rescatados por la Marina Real Británica, llevados a Gibraltar desde donde Emilio, el protagonista, acaba saltando a los Estados Unidos y ante el cariz que tomaron los acontecimientos en la península Ibérica se acaba buscando la vida hasta que de nuevo se enrola en el mundo de la marina.

Nos encontramos ante un texto asequible, con un cuidado vocabulario que, a poco que te guste el tema, te acaba cautivando por la sencillez con la que narra unos hechos y los humaniza, sin acritud [entiende el autor que el lector ya es mayor y no necesita, ni panfletos, ni libelos, como los que últimamente aparecen en el mercado y, muchas veces, pagados con el dinero de todos sólo porque alguna entidad le da la real gana y no porque tenga valor ni como tesis ni como novela] y te acaba dejando un regusto de agradecimiento por llevarte a un terreno donde no es fácil salir sin enfangarse. Así son los temas de la guerra pero, sobre todo, de aquella INCIVIL contienda de nuestros abuelos.

Las alusiones a la radio son esencialmente en su versión UTILITARIA, la radiodifusión como tal, aparece en determinados momentos cuando, sin tener noticias de los acontecimientos, trataban de sintonizar las emisoras españolas; pero no deja de ser menos interesante esta faceta que ha permitido durante más de un siglo mantener en contacto a los hombres de toda condición incluso en los más difíciles momentos. Una costumbre que nuestra flota conservaba y hasta hace cuatro días realizaba su misión de enlace RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA con un coste para el erario que verdaderamente sorprende si tenemos en cuenta los dividendos positivos para la tan cacareada MARCA ESPAÑA y su presencia en el éter internacional con el IDIOMA DE CERVANTES. Pero los políticos parece que lo tienen claro y no quieren testigos de ningún tipo y así nos luce el pelo. La radiodifusión internacional en español [llegó a tener en el aire casi 100 países de todo el mundo a finales del XX] está en franco retroceso y, lamentablemente, en la mayoría de los casos los centros de radiodifusión han sido cerrados sin contemplaciones y han caído en manos de toda clase de elementos que han acabado destrozando instalaciones y, esencialmente, la historia del medio más libre y democrático que hizo el hombre. ¡Ah. Internet! La panacea que nos “huele” hasta el aliento y que se controla con un simple clic, los usuarios saben de sobra que su correo es continuamente “visionado” y le crea, según las circunstancias del caso, verdaderos quebraderos de cabeza… Algo que la radio de la Onda Corta, por su propia característica nunca provocaba, especialmente si el oyente evitaba ciertos comentarios en su correspondencia que, según el momento político y del país de residencia, siempre hay que tener en cuenta.

No podemos descontextualizar las realidades y siempre hay que ser exquisitos en el análisis de esos hechos [por ejemplo, acaba de aparecer un libro sobre las cartas de LA PIRENAICA y, sinceramente, me cuesta avanzar ante tanta desfachatez, pero eso es otra historia, lo peor: el adoctrinamiento que los que ni escucharon sus emisiones, ni escribieron una sola frase a la emisora, ahora pretenden sentar cátedra] pero volvamos a la obra de Meana, como siempre, al final del párrafo irá entre corchetes y negrita, la página en la que se encuentra esa referencia dedicada a la radio.

“-¿Podremos escuchar las noticias esta noche? -preguntó el capitán al radio, rompiendo el silencio que hasta la partida del primer oficial se había mantenido en el comedor, debido, entre otras razones, al rechazo que todos mostraban a la deliberada cachaza con la que Carlos desayunaba, comía o cenaba. Ello daba lugar a que jamás hiciera el relevo a su hora, comportamiento que si bien al bueno de Fernando no parecía afectarle, a los demás sí irritaba, y que había provocado más de un toque de atención por parte del capitán.
-No lo puedo evitar, me saca de quicio -confesó Ramón refiriéndose a Carlos, antes de contestar a la pregunta. Luego siguió-: Creo que cuando comience a caer el sol podremos oír Las Palmas; anoche ya escuché la costera [Se conoce como costera la estación radiotelegráfica para comunicaciones con barcos, que en este caso era Las Palmas Radio/EAL, y que nada tiene que ver con la emisora de radiodifusión Radio Las Palmas/EAJ50] ¡Te avisaré!

-¿Y podrás enlazar? –preguntó Mateo para enseguida comentar-: Pasado mañana es nuestro aniversario de boda y me gustaría enviar un telegrama a Paquita.
-Eso no te lo puedo garantizar, pues una cosa es que yo les oiga y otra que ellos me reciban, pero lo intentaré. Luego o por la tarde me das el texto…

-¡Buenos días! –interrumpió la voz de Fernando asomándose por la puerta-. ¡Ah!, el farero, el de Cabo Blanco, nos desea buen viaje –continuó mientras tomaba su sitio en la mesa.
-Si en alguna ocasión hiciéramos escala en Nouadhibou, iría a saludarle –comentó Mateo. [17]

¡Cuánto deseaban llegar al alcance de las ondas de Radio Las Palmas, el primer vínculo con la patria! Pero con todo, los tripulantes del Aitana aún podían considerarse afortunados; cientos de marinos españoles estaban todavía más lejos del hogar, muchos ni siquiera habían emprendido el viaje de vuelta, y para cuando lo hicieran, la tragedia que se preparaba ya habría arrasado media España. [18/19]

“La señal de radio llegaba débil, distorsionada y enmascarada entre chisporroteos y zumbidos, pero no cabía duda, aquellos sones eran de música militar.
“Es el himno de la Legión”, aclaró Ramón, ajustando uno de los mandos del receptor.
Apoyado en el marco de la puerta por la que se accedía a la cabina de radio, Emilio asintió con la cabeza. Tal y como habían quedado durante el desayuno, Ramón había bajado a avisarle. “No muy bien, pero estoy escuchando Radio Las Palmas” le había informado, con voz y gesto graves desde la puerta del despacho”. Eran las 20:40 de a bordo, y en el puente Fernando montaba la guardia de Carlos, que, como cada sábado, le había pedido el cambio para poder participar en la timba que se montaba en la cámara de maquinistas.
Favorecida por el ocaso, la propagación mejoraba a cada instante y las últimas estrofas del “Novio de la Muerte” llegaron algo más claras. Terminó la marcha y durante unos segundos la emisora permaneció muda entre los ruidos atmosféricos. “Prestad atención, ahora hablará el locutor. Desde que he logrado la sintonía no hacen más que repetir lo mismo entre placa y placa de música militar”, informó Ramón durante la pausa, alternando la mirada entre Emilio y Fernando, que seguía la emisión con la cabeza asomada por la ventanilla que comunicaba la radio con el puente.” [25]

“-¿Y quién es ese comandante? –preguntó Fernando, rompiendo el largo silencio que se produjo al finalizar la alocución.
-Se llama Franco, general Francisco Franco Bahamonde –contestó lacónicamente Ramón.
-¿El que el Gobierno mandó a Asturias para que sofocara la revolución del treinta y cuatro? –volvió a preguntar Fernando.

-El mismo que viste y calza y, por lo que hemos oído, ¡ahora nos va a sofocar a todos! ¡Vamos de cabeza a una guerra civil! –contestó de nuevo Ramón bajando el volumen del altavoz en el que volvían a sonar acordes militares.

-No digas barbaridades –intervino Emilio-. Lo que acabamos de escuchar es muy grave, pero no tanto como para llegar a la guerra. No es la primera vez que una camarilla de pretendidos patriotas quieren salvar a España a golpe de sable, y es de esperar que, como en otras desgraciadas ocasiones, el Gobierno termine por controla a esos locos…” [27]
“Para él, la mar y los barcos sólo eran los medios que le permitían disfrutar de lo que de verdad eran sus pasiones: la radio en estado puro y conocer otros mundos, y en aquel tiempo no había mejor opción para conseguirlo que la de enrolarse en la Marina Mercante, en la que llevaba ya cuatro años, los dos últimos de ellos en el maderero, barco en el que pensaba cortarse la coleta en cuanto obtuviera la plaza que tenía solicitada en uno de los dos centros de radiocomunicaciones que había en Madrid.

Ramón era muy joven, tenía veintidós años y, como la mayoría de los radiotelegrafistas civiles, era de Madrid, [hasta que a mediados de la década de los sesenta, no se impartieron los estudios de esta especialidad en las escuelas de náutica, el único centro en el que se cursaban era la Escuela Oficial de Telecomunicaciones de Madrid]. [35]

“Las peloteras con los maquinistas siempre tenían el mismo origen, y éste no era otro que los dichosos ciento diez voltios que alimentaban los equipos de radio. Según Ramón, cuando no faltaban, sobraban, y cada dos por tres andaba a la greña polímetro en mano, y aunque en ocasiones era cierto que el voltaje fluctuaba, no eran tantas ni para tanto. Pero cuando le daba por ahí, no había quien le apeara del burro, aunque, afortunadamente, la sangre nunca llegaba al río, y todo quedaba reducido a mutuos ultimátums técnico-personales. Uno se iba a alumbrar con cerillas y los otros a enviar telegramas con botellas. En definitiva, los voltios del “tele” eran como las revoluciones: podían faltar o sobrar, y siempre daban lugar a folclóricas discusiones, que no venían nada mal para romper la monotonía de a bordo.

Y ya que estamos hablando del responsable de las comunicaciones, bueno será que, por la repercusión que la radio tiene a lo largo del relato, nos detengamos en la instalación del Aitana, no sin antes hacer un breve pero necesario comentario del nivel de desarrollo en el que se encontraban las radiocomunicaciones marítimas en los años treinta.

En esa década, la inmensa mayoría de la flota mercante mundial carecía de equipos de onda corta, debido a que eran muy pocas las naciones que contaban con estaciones costeras trabajando en esa banda, naciones entre las que no se encontraba España, donde sólo la Armada la utilizaba. Por lo tanto, si nos ceñimos a la Marina Mercante Española, a nadie extrañará que por aquellos años nuestros barcos no estuvieran equipados con lo necesario para las comunicaciones a grandes distancias, salvo que –como ocurría con el Aitana- el armador se hubiera “encontrado puestos los equipos”. El Aitana, o mejor dicho el Shelter Nes, cuando salió del astillero, sólo estaba equipado para trabajar en onda media y larga. Los equipos de onda corta (un robusto emisor Telefunken y un magnífico receptor Siemens), le fueron instalados posteriormente, avance técnico que dejó de tener utilidad bajo los nuevos armadores españoles. Pudo haberla tenido, pero al no existir el servicio en España, nadie se lo planteó y al poco del abanderamiento, a punto estuvieron de desmontar el Telefunken y el Siemens, para reemplazar los de un barco noruego que habían resultados dañados a causa del incendio sufrido mientras descargaba grano en Valencia.

A los dos años de estar el barco abanderado en España, embarcó Ramón, encontrándose con aquellas dos joyas arrinconadas en el cuarto de baterías. Sus chasis, cubiertos de polvo, tenían pequeños golpes y rozaduras, y los cables de alimentación habían sido arrancados, pero circuitos, lámparas y mecanismos, estaban intactos, así que, con el beneplácito del capitán, siempre y cuando no afectara a la estación oficial y no provocara gastos, se puso manos a la obra. Emplazarlos de nuevo en la radio, en condiciones de operar, le llevó tiempo y dinero de su bolsillo, pero se dio el gustazo de ver lucir sus lámparas y hasta de comprobar su rendimiento, enlazando “en pruebas” con estaciones del norte de Europa. Lo hizo por pura afición, para disfrutar de su manejo, aunque sólo fuera del receptor (el éter no dejaba de poblarse de señales en onda corta, y le fascinaba explorarlas), sin imaginar siquiera que no tardando mucho, sus “juguetes” dejarían de serlo, recuperando su condición de herramientas de trabajo –lástima que fuera una guerra la que lo propiciara.” [36/37]

“-Capitán –llamó Ramón asomando la cabeza por el ventanuco de la radio.
-¿Sí?
-¿Puedes venir, por favor?
-Discúlpeme –pidió al jefe encaminándose hacia el cuarto de radio.

Abrió la puerta, Ramón estaba corrigiendo algo de lo que había escrito en una de las cuartillas que utilizaba para recibir los telegramas.
-Un momento, no sé si son mis nervios o los de él, pero esto está lleno de faltas –dijo sin dejar de corregir, refiriéndose al que transmitía, cuyas señales de morse seguían oyéndose a través de los auriculares abandonados sobre la mesa.

-Si tú lo entiendes, no hace falta que lo corrijas, léemelo.
-¡No!, tienes que leerlo tú, yo soy incapaz de hacerlo en voz alta.
Emilio nunca le había visto tan serio. Tan afectado estaba que las lágrimas asomaban a sus ojos. No hizo ningún comentario; se limitó a extender la mano para tomar el papel que le ofrecía.

-Es de Madrid Radio Naval, la estación del Ministerio de Marina, está transmitiendo a toda la flota –le informó antes de que pudiera llevárselo a la vista.
Emilio no daba crédito a lo que leía, y por dos veces leyó el telegrama, comunicado, o lo que fuera aquel texto que contenía tan gravísimas instrucciones y recomendaciones.
-¿Estás seguro que esto lo está diciendo el Ministerio de Marina? –preguntó demudado.
-Que la emisora es la de la Armada en Madrid, te lo garantizo, como también que son sus barcos los que dan acuse de recibo, pero me llama la atención que estén trabajando fuera de su procedimiento.
-No sé qué me quieres decir con eso, ¡explícate!
-Pues, para empezar, lo que está radiando no tiene el formato que la Armada utiliza para sus transmisiones, sólo es un texto sin dirección, sin firma… En fin, que no tiene la mínima estructura de un telegrama. Y más aún: tanto el operador de Madrid, como los de los barcos, trabajan a su “aire”, algo que es inconcebible en la radio militar.
-¡Ya entiendo!, además encaja con lo que aquí dice –dio un golpecito con la mano vuelta al papel-. Ante el temor de que la oficialidad se apunte a la rebelión, lo que no sería de extrañar, alguien está calentando los ánimos de las tripulaciones… ¡Díos mío la que se está organizando! [Se supone que lo que Ramón ha interceptado son algunos de los mensajes que Benjamín Balboa López, oficial tercero de radio, estuvo radiando a todos y cada uno de los barcos de la Armada, alertando a las tripulaciones sobre la más que posible adhesión a la causa rebelde de sus jefes y oficiales, animando o cursando instrucciones (según algunos historiadores, gravísimas) para que neutralizaran la mínima actitud antigubernamental que mostrasen los mandos superiores].

-Ya debe estar organizada. Esto es una guerra entre hermanos, y estamos lejos de casa –apostilló Ramón.
No le contestó, abrió la puerta y llamó al chief para entregarle la nota.
-Lee esto y coméntalo con tu gente, enseguida estoy contigo, ¿de acuerdo?
-De acuerdo. ¿Más grave aún? –preguntó tomando el papel.
-Sí y mucho. Ya hablaremos. Hay que empezar a moverse.” [44/45]
“-¡Ramón! –llamó al pasar por delante de la cabina de radio.
-¡Dime, capitán!
-Dedícate a “fisgonear” todo lo que puedas pero ni se te ocurra tocar la “chicharra”[manipulador, llave o interruptor con el que se marca el código morse] ¿Me has entendido?

-¡A mandar, jefe!
-¡Pues eso: ni mu! -remachó siguiendo camino hasta asomarse al alerón, donde Samuel estaba comentando la nota con los suyos.” [47]

“Por otra parte, en las afueras de Valencia se acababa de poner en funcionamiento una emisora de onda corta con el fin de dar servicio a los mercantes a los que, apresuradamente, estaban instalando los aparatos necesarios para comunicarse a larga distancia. Los equipos de onda corta que ya funcionaban en el Aitana también tuvieron su parte de culpa en el momento de la elección, e igualmente hubo órdenes e instrucciones para las comunicaciones.” [128]

“En cuanto pueda, abra escucha en la longitud de onda de ciento treinta y dos metros, pero no transmita, sólo escuche permanentemente. ¿De acuerdo?
-Descuide, ¿algo más?
-Sí, una prevención: cuando fondee, tenga presente que existe la eventualidad de que los cuatro tengan que salir pitando a la vez. ¿Me explico?
-Perfectamente, fondearemos todo lo claro que podamos y estaremos atentos a la radio.” [132]

“Emilio entró al trapo y se volvió hacia él para darle la réplica, pero la radio, muda desde la última orden, se lo impidió:
“Atención equipo: chubasco acercándose por Levante, repito, chubasco acercándose por Levante. Seguirán instrucciones, repito, seguirán instrucciones. ¿Enterados?, “cambio”, oyeron potente por medio del altavoz que Ramón había colocado junto a la ventanilla que comunicaba la radio con el puente.” [134/135]

“-Aquí Valencia, recibido –contestó aliviado cuando su cabeza reaccionó y, derrengado por los nervios, se dejó caer sobre la silla.
“Sevilla recibido”. “Barcelona, recibido”. “Bilbao, recibido”, fueron contestando los otros tres mercantes, identificándose, al igual que él, por el puerto de matrícula y en el orden que guardaban en el convoy.

-¿Han dicho algo más? –preguntó nervioso Emilio, asomando la cabeza por la ventanilla de regreso del alerón.
-No, nada más. ¿Lo veis?
-¿El qué…? ¿Los aviones? No, no los vemos, pero sí oímos disparos, creemos que del Díez…
“Atención equipo: Betis, Zaragoza, Huelva, repito Betis, Zaragoza, Huelva. Procedan, repito, procedan”, interrumpió la voz por la radio.
-Valencia enterado –contestó Ramón, esta vez sin demora, a la vez que con la mano libre cogía la hoja en la que estaban escritas las claves. La orden era un cambio de rumbo y buscaba la equivalencia numérica.

-Rumbo, dos, dos, cero –dijo levantando la vista del papel.” [135]
“Ramón, que también oyó el estruendo, sabía algo más de la tragedia, a pesar de estar encerrado en el “aplomar”, como solía llamar al espacio que ocupaba la radio y su camarote. Lo que sabía, lo había escuchado en perfecto castellano y de la propia voz del piloto que acababa de reventar al Alta Mar.

“A eso lo llamo yo hacer blanco, chicos. ¡Qué pepinazo le ha metido!”, había exclamado por la frecuencia en la que enlazaban entre ellos y la base, frecuencia que el inquieto radio había conseguido localizar a base de recorrer una y otra vez el dial del receptor, con el único interés de hacer la guerra por su cuenta. Perro viejo de la radio, se proponía interferirles las comunicaciones. Había localizado la frecuencia en el momento en el que uno de ellos –supuso que sería el jefe de la escuadrilla- reportaba a la base que, “cubierto el objetivo de San Javier”, [En el lugar donde ahora se encuentra la Academia General del Aire en esa época había una base de hidroaviones] nos dirigimos hacia el convoy de rojos que antes hemos sobrevolado.”

-Hemos reservado algunos de los regalitos –había respondido a la pregunta que, desde Mallorca le hacían sobre si todavía les quedaba “material”. Luego, todo se precipitó, se disponía a sintonizar el transmisor con el que les haría la puñeta cuando, por la frecuencia del convoy, avisaron de la inminencia del ataque. Pero ahora ya lo tenía a punto, clavado en la frecuencia. Los aviones se perdían por el horizonte, fuera del alcance de la artillería, aunque no de la radio. Interferirles ahora, cuando ya habían acabado la faena, de poco servía, pero le iban a oír.

-Así te rompas los cuernos al aterrizar –chilló por el micrófono, después de que hablara el que se vanagloriaba.
Hubo un silencio y luego uno de los pilotos preguntó:
-¿Quién está ahí, quién está en frecuencia?
-Te va a pasar como a tu padre, que no se entera de quién le pone los cuernos, pedazo hijo de puta…” [139/140]

“Ramón no consideró necesario responderle, esperaba la contestación del capitán.
Éste dejó en su trinca el lápiz y el compás de puntas con los que trabajaba sobre la carta, lo hizo sin prisa, pensando mientras tanto en la conveniencia de atender o no la llamada.
-No perdemos nada con responder, contéstale –autorizó, abandonando la derrota para entrar en el cuarto de la radio seguido por los otros dos.

-Me pide que pase a radiotelefonía, el comandante quiere hablar con el capitán, contigo, vamos –informó Ramón entre el intercambio de señales telegráficas.
-¡Adelante, sepamos de una vez qué coño quieren! –contestó Emilio.
Ramón puso en marcha el equipo de radiotelefonía, sintonizó y con el micrófono en la mano, esperó la llamada.
-Aitana, aquí el Galerna, crucero auxiliar de la Marina Nacional. ¿Cómo me recibe? Cambio.
-Galerna aquí el vapor español Aitana, fuerte y claro. Cambio –recalcó claramente lo de español.
-Aquí el Galerna, pregunto si el capitán se encuentra en la radio. Cambio.
-Afirmativo. Cambio.
-Aquí el Galerna, va a hablar el señor comandante, un momento…

…¡Buenos días!, señor, le habla el capitán de corbeta Requena [curiosamente, mi comandante en la Zona Marítima del Estrecho, se llamaba así y por la época en que se narran los hechos no me extrañaría fuera el mismo que el que nos recrea Elías Meana, evidentemente puede ser una mera casualidad, pero curiosamente era el responsable de las comunicaciones cuando yo realicé el servicio militar a mediados de los setenta], comandante de este crucero auxiliar. ¿Me recibe bien?

Ramón pasó el micrófono a Emilio.
-Le recibo bien. Cambio.
(Aquí el Galerna tardó un poco en contestar).
-Veo que es usted escueto, yo también lo seré –reanudó el comandante la transmisión. A partir de este momento deberá mantener escucha permanente en esta frecuencia, además de estar atento a mis señales de luces o banderas. Y mientras no le ordene otra cosa, se mantendrá a la capa como hasta ahora. Si por cualquier causa se ve obligado a corregir rumbo o velocidad, no procederá hasta no ser autorizado. Espero su colaboración y así evitaremos lo que nadie desea. ¿Entendido? Cambio.
-Enterado.
-¡Apaga ese trasto! –ordenó a Ramón entregándole el micrófono.
Salió de la radio como un toro del corral, hasta aquel día nadie le había visto una actitud semejante, ni aquel gesto, ni aquella mirada. Se plantó frente a Rosendo, que seguía a la caña, y le preguntó de sopetón:
-¿Cómo era la frase que antes le dijiste a don Fernando?“ [172/173]

“Acabado el apartado de “visto y aprobado”, vino el de “precintos y timbres”. La cosa comenzó, seria y bien, por la estación de radio, precintando transmisores y receptores, pero no duró mucho porque siguieron precintando a diestro y siniestro, pañol tras pañol, hasta llegar a la gambuza, que en realidad era lo que perseguían, y para lo que traían las voluminosas carteras. Emilio, consciente del saqueo que les esperaba, hizo llamar a Regino, pues nadie mejor que él les daría más gatos que liebres.” [215]

“Minutos después oyó a Ramón dar los buenos días a Rosendo y, al poco, una canción se colaba por la ventanilla que comunicaba la radio con el puente. Un día más, el radio, contento como toda la tripulación, quería amenizar la guardia buscando emisoras que programaran buena música, y por lo que oía ya había encontrado la primera; sonaba un bolero: “Siboney”.

La música se esparcía por la caseta de gobierno, escapándose por puertas y ventanas hasta llegar a oídos de quienes trabajaban en cubierta, que, complacidos, siguieron pintando al ritmo que marcaba la dulce y conocida melodía. A Emilio, en el alerón, los pies se le escapaban recordando las veces que la había bailado con su novia, y el bueno y viejo Rosendo lo hacía con la rueda del timón. Más abajo, en la mar, de un azul transparente, unos delfines que entre dos aguas jugaban con el Aitana no podían oírla, aunque a la vista de las facultades que estos animales tienen, ¿quién podía asegurarlo? Cuando se hizo cargo de la guardia, ya habían llegado; probablemente llevarían horas pasando por debajo de la quilla, correteando y saltando por los costados o haciendo carreras con la proa, y ahora –se le antojaba- sus piruetas las hacían al compás del bolero.” [231]

“Nos han torpedeado y puede que quieran rematarnos. Ponte a la radio, hay que pedir auxilio…
Nombrar la radio y que los dos cayeran en la cuenta de que “Siboney” había dejado de escucharse a partir del impacto fue todo uno, y a la angustia que sentían se sumó el temor de que la radio hubiera quedado inutilizada.
-Espero que sólo haya sido un…
“Siboney de mi vida de mis sueños…”, interrumpió el altavoz volviendo a sonar.
-¡Pide socorro! Estamos a 12 millas al oeste de Cabo Blanco. ¡Dame noticias a través de Rosendo! –le ordenó, saliendo disparado hacia la escalera.” [233]

“Quien pitaba era la Armada Británica, que, alertada por el mensaje de socorro que Ramón había lanzado al éter, acudía a socorrer a los que ya suponía náufragos, y se encontraba con la más canalla y cobarde de todas las violaciones que pueden hacerse del Convenio Internacional, en el que se establece que antes de hundir un barco mercante enemigo habrá que registrarlo, esperar a que toda su tripulación lo abandone en los botes salvavidas, comprobar que éstos se hallan en buenas condiciones y que el estado de la mar no los pondrá en peligro de hundimiento.” [237]

“Donde no iban bien las cosas era en España. Las noticias que de allí llegaban ocupaban grandes espacios en los periódicos y, a menudo, en los informativos de las cadenas de radio, lo que leían u oían no dejaba de minar las esperanzas que aún mantenían acerca de la duración de la guerra y de su resultado a favor de la República.” [261]

“Cuarenta y cinco minutos después, con el alba rayando el horizonte, el Henryk Sienkiewicz, se encontraba listo para largar amarras. Radio Gydnia [en la ciudad de Dantzing], la “Voz del Báltico”, iniciaba la transmisión con dos horas de adelanto, y las noticias que difundía no podían ser peores: la aviación alemana estaba destruyendo la red ferroviaria bombardeando sus puntos neurálgicos, mientras que la infantería, apoyada por cientos de tanques y toda clase de vehículos blindados, procedentes de Silesia y Prusia Oriental, avanzaba incontenible por la campiña polaca, arrasando todo a su paso.” [283]

“Jan dispuso navegar en zigzag, informó al chief de la situación para que exprimiera la máquina al límite y finalmente ordenó al primer oficial que fuera preparando los botes y al radio que pidiera socorro.

Con la angustiosa y reiterativa musiquilla del SOS sonando a sus espaldas, salió de nuevo al alerón, donde el segundo oficial seguía cumpliendo sus instrucciones, tratando de establecer si el submarino acortaba o no la distancia.” [286]

Y hasta aquí todo lo que, radialmente hablando, dio de sí esta bella novela basada en hechos reales en una de las etapas de infausto recuerdo para nuestros abuelos y que, hoy, en pleno siglo XXI parece que la dichosa memoria –todavía- quiere el desquite. Repito: excelente narrativa y sin acritud, hecho que dignifica al autor y engrandece la literatura. He disfrutado leyendo y sin quererlo me ha devuelto a algunas de mis singladuras desde que tuviera mi primer contacto con el mundo del mar. Gracias señor Meana por tan excelente narración marítima y donde, sin desdramatizar los hechos, logra una excelente y trepidante novela.

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