INVENTOS E INVENTORES: Historia de los inventos: La lucha por la supervivencia - 1ª parte
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Inventos e inventores

HISTORIA DE LOS INVENTOS

Fuente: Revista "Sucesos"

La lucha por la supervivencia - 1ª parte


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Introducción

letra capitular En un millón de años, el hombre pasó de animal a Homo Sapiens, dominando el medio y a los demás pobladores de la tierra, pero sus triunfos mayores fueron la rueda y la escritura.

Durante incontables millones de años la gigantesca esfera que hoy llamamos Tierra giró en el vacío, su superficie cubierta de aguas y rocas. Edades sin cuenta hubieron de pasar antes de que apareciese la primera célula viva, el primer pez, el ave, el insecto, los mamíferos. Entre monstruosos cataclismos nacían volcanes y se hundían mares y lagos, se elevaban cadenas montañosas y se abrían paso los ríos, rugían las tempestades y ardía el inmutable sol. El planeta giraba y rondaba al gran astro llameante, y en su superficie tomaba forma un mundo rico en especies animales y vegetales, jugosas frondas verdes y grandes saurios hambrientos, bosques espesos e inmensas llanuras desiertas.

ANTEPASADO: Retrato hablado del "Hombre de Piltdown", denominado así en honor del antropólogo que reunió sus restos encontrados en Europa.
ANTEPASADO: Retrato hablado del "Hombre de Piltdown", denominado así en honor del antropólogo que reunió sus restos encontrados en Europa.

Después vinieron los hielos. Una y otra vez los glaciares avanzaron y retrocedieron, empujando hacia el cinturón ecuatorial la verde línea de vegetación, ligando con inmensas tundras y estepas la esbelta franja arbolada y los interminables páramos de hielo polar. Durante incontables siglos pareció que todo signo de vida moriría bajo los hielos que avanzaban implacablemente. Pero llegó un día en que los glaciares detuvieron su marcha, y nuevos milenios transcurrieron, mientras una vez más se cubría de verdor la zona temporada del globo. Y durante esa primera pausa, ese primer respiro entre la primera y la segunda invasión de los glaciares, apareció sobre la superficie de la Tierra un ser que caminaba erecto, sobre sus extremidades traseras, equilibrando apenas el tosco cuerpo velludo y la gran cabezota de mono: el Australopiteco, primer indicio de una nueva raza que dominaría la Tierra.

Desde entonces ha transcurrido un millón de años. Pero fue esa criatura tan lejana en el tiempo, ese Australopiteco a quien los hombres de ciencia no saben si definir aún como mono o ya como hombre, el que aprendió a matar a sus enemigos, los babuinos, no mediante su fuerza muscular o sus garras, sino empleando un instrumento: una piedra astillada. ¿La encontró en algún claro de la selva, o la "construyó" golpeándola con otro objeto para darle la forma requerida? No importa: el Australopiteco fue el primero de todos los seres aparecidos sobre el planeta quien, moviéndose en un universo de cosas desconocidas, vio ese objeto y decidió valerse de él para aumentar la fuerza o el alcance de su brazo. Había inventado la primera arma.

Desde ese remoto instante se inició la cadena que hoy ha permitido al hombre explorar los continentes, los mares y el espacio interplanetario; transformar la distancia y someter el tiempo; crear ciudades y navíos, aviones y armas atómicas, máquinas y herramientas, vehículos y obras de arte. La larga cadena de inventos y descubrimientos, mediante los cuales el ser humano ha plasmado para sí un mundo que se transforma vertiginosamente, se estira desde esa piedra astillada cogida por el Australopiteco hasta las últimas novedades tecnológicas de hoy.

El hombre inventor

Entre todos los animales, el hombre es el único capaz de inventar, es decir, de modificar el orden de la naturaleza mediante el empleo de instrumentos.

Es verdad que los castores y las golondrinas construyen sus habitaciones con materias extrañas, que las abejas y las hormigas crean verdaderas ciudades y el gusano de seda o la araría "inventaron" la fibra textil: pero su manera de hacerlo no ha cambiado desde que aparecieron en el escenario del mundo. El hombre, en cambio, empuñó una piedra para defenderse de un animal salvaje; luego buscó mejorar ese instrumento primitivo, y terminó construyendo herramientas que le servirían para fabricar nuevas herramientas.

Además, no sólo ha inventado objetos; también ha descubierto las propiedades de los fenómenos naturales, las leyes que los rigen y los factores que los alteran. Pero ambas cosas, los inventos y los descubrimientos, le sirvieron en primer término para dar mayor potencia a su propio cuerpo, a sus manos, brazos, piernas y pies, ojos y oídos. Para golpear mejor, mazas y martillos; para coger mejor, tenazas y pinzas; para recoger mejor, redes y recipientes; para rascar mejor, raspadores, peines y rastrillos, para lanzar más lejos un proyectil, lanzas, hondas y arcos; para alargar el brazo, el hacha y la hoz; para trasladarse allí donde sus pies no pueden llevarle, la barca y el carro...

La historia de los inventos no es más que la historia del hombre y sus relaciones con la naturaleza, con todo el mundo que le rodea. Un mundo hostil al que hubo que domeñar ya en esos inimaginablemente lejanos albores de la prehistoria, en ese amanecer del espíritu humano, simbolizado en el guijarro trizado, aferrado por la mano oscura y de un ente a quien le faltaban aún incontables milenios para llegar a ser, en toda la extensión de la palabra, un ejemplar de esa especie zoológica definida por Linneo como Homo Sapiens.

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