GEOGRAFÍA - PAÍSES: Irán - 4ª parte
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Geografía

PAÍSES

Irán - 4ª parte


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Historia

letra capitular El conjunto de montañas y mesetas que constituyen el Irán geográfico (que rebasa al actual estado iraní), estuvo habitado al menos desde hace 80 000 años. En íntimo contacto con Mesopotamia, esta región del Asia occidental completó tempranamente (hace unos 11 000 años) su transición hacia el Neolítico, lo que permitió colonizar las altiplanicies y depresiones lacustres. Durante algunos milenios, el progreso material y cultural de la región iraní fue más lento que el del Próximo Oriente, donde los ríos permitían cultivos intensivos de regadío y, en consecuencia, mayor densidad de población y existencia de ciudades. Con el desarrollo de la metalurgia, el conjunto iraní se convirtió en el proveedor de cobre, estaño y piedras preciosas de las civilizaciones urbanas mesopotámicas. Las ciudades que ejercían de intermediarias en este comercio desarrollaron la escritura y la contabilidad para gestionarlo (IV milenio a C), difundidas posteriormente hacia el Irán oriental y el Indo.

Las regiones enriquecidas por la agricultura y el comercio sostuvieron permanentes conflictos con los pueblos montañeses (lullubi, gutti, etc.), nómadas y ganaderos mucho más atrasados, en los que se mezclaban el afán imperialista de aquéllas frente a la codicia y el saqueo de éstos. Entre toda esta circulación de pueblos aparecieron, hacia el IX milenio, grupos de lengua aria, divididos en dos ramas: medos y persas. Estos pueblos arios, al establecerse, rompieron el equilibrio demográfico en favor de los pastores itinerantes, e impusieron la hegemonía de una aristocracia de jinetes guerreros. Esta unificación lingüística y cultural permitió en el II milenio recuperar el esplendor comercial de 2 000 años antes y atrajo la codicia de los imperios mesopotámicos, especialmente el Asírico. El período posterior es oscuro, debido al cuidado que los escribas asirios ponían en ocultar los fracasos de sus reyes. De algún modo, los medos consiguieron crear un estado unificado, derrotaron a los asirios (destruyeron Assur y Nínive), y sometieron a los principados persas. También en esta época (alrededor del s. VII a C), la secta de los Magos reformó la religión aria y difundió el zaroastrismo o mazdeísmo, fundado por Zaratustra (ss. VII-VI a C?).

Hacia el 550 a C los persas (aqueménidas) de Ciro II derribaron y sustituyeron al imperio medo; las sucesivas conquistas, amparadas en un potente ejército, ampliaron el dominio persa por todo el Próximo Oriente, incluyendo Turquía y Egipto. En su expansión mediterránea chocaron con los griegos, hasta que éstos obtuvieron la victoria definitiva gracias a Alejandro Magno (330 a C). Al morir éste, su imperio se dividió y el bloque iraní quedó en manos de la dinastía seléucida; en los dominios de éstos se manifestaron disidencias suscitadas por particularismos étnicos o religiosos, y varias regiones se separaron de su soberanía. Una de ellas fue el reino de los partos, bajo la dinastía Arsácida, quienes mediado el s. II a C intentaron reconstruir el imperio de los persas aqueménidas. El reino parto perduró hasta el s. III, sosteniendo enfrentamientos con el imperio romano. Una rebelión persa, aprovechando una coyuntura marcada por secesiones provinciales (satrapías) e insumisión de la nobleza, entronizó a la familia Sasánida. Esta dinastía perduró hasta el s. VII y se caracterizó por su acentuado centralismo y jerarquización.

Durante el reinado sasánida aparecieron religiones como el cristianismo, el budismo o el maniqueísmo. Para defenderse de ellos, el zoroastrismo se organizó como religión de estado y lanzó persecuciones político-religiosas. Pero la presión de estas religiones con textos empujó a la cultura iraní, tradicionalmente oral, hacia la escritura. Este desorden interior, unido al permanente conflicto que la monarquía sasánida sostuvo con Bizancio, facilitó la conquista de toda la región iraní por el Islam, en la expansión de los califas Omeyas de Damasco. Poco a poco la religión musulmana se fue imponiendo (en Irán predominó la secta chiíta frente al mayoritario rito sunní del resto del Islam); y, pese a ello, durante los cinco siglos de dominio árabe los movimientos nacionalistas y separatistas fueron constantes, hasta tener su influencia en la caída de los Omeyas a manos de los Abasíes, que trasladaron el califato a Bagdad y convirtieron al Islam en cosmopolita, dando gran peso al elemento turco-iraní en detrimento de lo árabe.

En el s. X los soberanos persas destruyeron el califato de Bagdad, pero fueron sometidos a una nueva oleada de conquistas encabezadas por los turcos Gaznawíes y Seljúcidas; hasta entonces, los turcos estaban reducidos al papel de esclavos y mercenarios, pero su capacidad militar les permitió imponerse a sus señores árabes. Crearon dos estados: uno en Anatolia y otro en Irán, aunque en este último se sometieron a las pautas culturales autóctonas, convirtiendo al persa en lengua oficial de su imperio. Dos factores contribuyeron a arruinar este estado turco-iraní: su organización militar era similar al feudalismo europeo, y como éste, liberaba fuerzas centrífugas; en segundo lugar, actuó la rebelión de la secta de los ismailitas (los «asesinos»), quienes reivindicaban el chiísmo frente a la intolerancia sunní. A partir de 1220, los mongoles de Gengis Khan asolaron y dominaron el país, destruyendo las ciudades y arruinando su agricultura, y acelerando un proceso de nomadización iniciado con los turcos. Pero los guerreros mongoles no tenían capacidad para administrar el inmenso imperio que crearon, y en el plano cultural se sometieron a chinos e iraníes. De nuevo sería una rebelión, en la que se mezclaban el nacionalismo con la religión y el descontento social, lo que acabó con el dominio extranjero.

La dinastía Safawí, en nombre del chiísmo, se levantó contra la dominación turco-mongol y reunió a las diversas provincias iraníes bajo el reinado de Ismail (1510), quien tomó el título de sha. Las recurrentes luchas dinásticas terminaron cuando, en las puertas del s. XIX, la dinastía Qayarí logró una definitiva reunificación poniendo a Irán en el camino para construir un estado moderno. Durante el s. XIX el país fue el escenario de la rivalidad entre Rusia y Gran Bretaña para acceder al petróleo y a la posición estratégica del golfo Pérsico. El carácter absolutista del régimen y la impunidad con que se apropiaban de los recursos económicos las potencias extranjeras, despertaron la inquietud nacionalista y liberal, así como la de los líderes religiosos. Las constantes revueltas sumieron al país en la autarquía; ésta fue aprovechada por un oficial del ejército de modesto origen y brillante carrera en la represión de la veleidades independentistas, Reza Kan Pahlavi, para elevarse al gobierno del país, y posteriormente para hacerse coronar sha (31 de octubre de 1925). Durante los 16 años de su reinado, Irán (nombre oficial adoptado en 1934) sufrió transformaciones profundas en los ámbitos económico, administrativo y cultural, pero siempre con el fin último de potenciar el poder del ejército, único pilar político del país.

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