GEOGRAFÍA - PAÍSES: Alemania - 2ª parte
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Geografía

PAÍSES

Alemania - 2ª parte


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Historia

a ocupación de Alemania por el ser humano data del Paleolítico Inferior: la mandíbula de Mauer, cerca de Heidelberg, es el único ejemplar europeo de Homo erectus. Con el Musteriense hizo su aparición el hombre de Neandertal (Homo sapiens). Procedente de los Balcanes, se desarrolló un primer neolítico (cerámica de bandas), ya en la Edad del Bronce, destacaron las culturas de túmulos y de campos de urnas (Urnenfelder) que después se extendieron hacia el O y el S.

La penetración romana por el Rin significó para los antiguos pobladores de Alemania (alamanes, turingios, bávaros, sajones, etc.) su entrada en la historia escrita con el heterogéneo nombre de germánicos, de los que Tácito nos ha legado un valioso estudio. Tras las campañas de Julio César, la región ocupada fue dividida en provincias: Germania superior y Germania inferior, a las que en tiempos de Augusto se sumarían la Retia (Raetia) y la Nórica (Noricum). Estos territorios fueron romanizados y ejercieron el papel de frontera entre los mundos romano y germánico. Algunos pueblos (longobardos, suevos, vándalos, etc.) permanecieron en el N, con poco contacto con el mundo romano, y serían posteriormente conquistados por los hunos. Otros (sajones, francos, alamanes, bávaros, turingios y burgundios), entraron en contacto directo con la civilización latina, a veces como federaciones fronterizas.

Tras iniciarse la decadencia de Roma, el movimiento de estos pueblos hacia el S jugaría un papel fundamental en el definitivo hundimiento del Imperio romano de Occidente. Con el tiempo, los francos se fueron imponiendo a los otros pueblos, iniciando un proceso de expansión. Tras una etapa de crisis, el poder franco se restauró con Carlos Martel, que reunificó y cristianizó los territorios y derrotó a los árabes (732), frenando su expansión por Europa. Su hijo, Pipino el Breve, fue coronado rey de los francos (751). Los pueblos instalados en los territorios de la futura Alemania conservaban los rasgos culturales (derecho, arte, religión, etc.) y económicos propios de los germánicos, si bien habían recibido diversas influencias de la cultura mediterránea a través del contacto con los romanos. Con el Imperio carolingio (s. IX) se constituía la primera unidad política de los pueblos germánicos. Carlomagno (768-814), hijo de Pipino el Breve, amplió y consolidó el territorio sometiendo a bávaros y sajones y organizándolo religiosa, política y militarmente a partir de sedes episcopales, condados y marcas militares. A su muerte la unidad del Imperio se desmoronó, dada la diversidad de los pueblos que lo componían.

Por el Tratado de Verdún (843) se dio lugar a la formación de los reinos de Francia (Carlos el Calvo) y de Germania (Luis el Germánico), en los cuales, pese a los intentos de sus monarcas por evitarlo, se desarrolló un fuerte régimen feudal que desembocó (s. X) en los ducados nacionales de Sajonia, Franconia, Suabia, Baviera y Lorena. En 962 Otón I intentó restaurar el Imperio carolingio y formó el Sacro Imperio Romano Germánico, más teórico que real dada la resistencia feudal y la falta de una verdadera unión territorial. Aun así, se inició un período de relativa tranquilidad que permitió un desarrollo económico y demográfico, además de un renacimiento de la cultura clásica (sobre todo en la Renania) que evolucionaría hasta entroncar con el románico.

El siglo XI estuvo marcado por la lucha de las investiduras, entre el papado (Gregorio VII) y la casa de Franconia (Enrique IV), que concluiría con el Concordato de Worms (1122) y el consiguiente fracaso del imperialismo germano dentro y fuera de sus fronteras, agravado por la larga rivalidad entre güelfos y gibelinos. La política gibelina de la casa de Suabia o Hohenstaufen (dominium mundi), enfrentada con Roma, fue igualmente infructuosa, desembocando en el Gran Interregno (1250-1273) y pasando el Imperio a ser una institución más nominal que efectiva. Italia se separó de Alemania, mientras las ciudades del N reforzaban su recién creada Hansa. Fue ésta la etapa de máximo esplendor del feudalismo alemán. Pero el fenómeno de consecuencias más profundas fue la Reforma de Martín Lutero, que ocasionó un extremo fraccionamiento político. La actitud luterana invitó a la agitación campesina, prontamente extendida por el centro y S del país. Sofocada ésta, los príncipes apoyaron la causa reformista y, mediante la Liga de Esmalcalda, se opusieron al emperador Carlos V. La paz religiosa de Augsburgo (1555) les convirtió en los mayores beneficiarios de la Reforma. Su incumplimiento, unido a la expansión del calvinismo y a los esfuerzos contrarreformistas de los jesuitas, dio lugar a la creación de dos bloques enfrentados: la Unión Evangélica (príncipes protestantes) y la Liga Santa (católicos). La hostilidad entre ambos generó la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que enfrentó a todos los ejércitos europeos y tuvo catastróficas consecuencias demográficas.

La Paz de Westfalia (1648) arruinó definitivamente la unidad alemana: el Imperio se fragmentó en 350 estados independientes, en los cuales la autoridad del emperador era prácticamente nula. Su recuperación no se produjo hasta mediados del siglo XVIII, cuando Prusia se constituyó en potencia enfrentada a Austria por la supremacía alemana (guerras de Silesia, de los Siete Años y austro-prusiana de 1866). La extensión de los ideales de la Revolución Francesa, que entusiasmaron a intelectuales y artistas, pusieron en guardia a la clase dominante alemana. Francisco II declaró la guerra al nuevo estado francés; las repetidas derrotas le obligaron finalmente a abdicar en 1806, con lo cual se disuelve el Sacro Imperio Romano Germánico.

Tras la derrota de Napoleón, los nacionalistas alemanes reclamaron en el Congreso de Viena la unificación bajo un único emperador, pero los intereses enfrentados de Prusia y Austria, y el temor de Rusia e Inglaterra a una nueva potencia centroeuropea, impidieron su materialización. El resultado final fue la creación de la Confederación Germánica (1815), formada por 38 estados, que llevó a cabo una política conservadora bajo la influencia del ministro austriaco Metternich. La revolución francesa de 1830 tuvo como efecto la adopción de textos constitucionales en la mayoría de estados alemanes. Pero el cambio más notable se produjo en 1834, con el establecimiento de la unión aduanera (Zollverein), que significó la unificación económica de los 33 estados que se adhirieron; Austria, que se mantuvo al margen, perdía así el protagonismo dentro del conjunto alemán.

Con la llegada al poder en Francia de Napoleón III, y ante la posibilidad de un nuevo expansionismo galo, los estados alemanes estrecharon su relación. En 1862, Bismarck obtuvo la dirección del gobierno prusiano; declaró la guerra a Dinamarca, con lo que recuperó los ducados de Schleswig y Holstein; luego se enfrentó y venció a Austria, lo que significó la disolución de la Confederación. Tras su largo mandato, Bismarck había conseguido la hegemonía de Prusia sobre los otros estados, estableciendo las bases de la actual Alemania. En 1870 se desencadenó la guerra francoprusiana, que fue aprovechada por Bismarck para conseguir la definitiva unión entre los estados alemanes. Tras la victoria, y en medio del entusiasmo popular, Guillermo I, rey de Prusia, fue proclamado emperador de Alemania, con lo que se consumaba la unificación política. El siguiente objetivo fue la consolidación interna del régimen. Bismarck detuvo el avance socialista y evitó el descontento social promulgando una serie de leyes encaminadas a aliviar la situación de las clases menos favorecidas (seguridad social, etc.). En política exterior, el interés se centró en la obtención de colonias ultramarinas: Camerún, Togo y África del SO (Conferencia de Berlín, 1884), Tanganika (1886) y posteriormente algunas posesiones en el Pacífico. Con la coronación del káiser Guillermo II, Bismarck se vio obligado a dejar su cargo de canciller (1890).

La industria alemana, al amparo de un acusado nacionalismo económico, conoció un desarrollo extraordinario, llegando a superar a la inglesa. Alemania se colocó en el puesto de primera potencia económica europea y segunda mundial. El peso de semejante esfuerzo lo soportó la clase trabajadora, que derivó rápidamente hacia el socialismo; el Partido Socialdemócrata pasó a ser el más numeroso del Reichstag (1910). Poco a poco, el estado mayor militar se fue adueñando del gobierno, lo que condujo a un proceso armamentista. El sueño de una Europa central unida bajo la supremacía del pueblo alemán (pangermanismo) se fue abriendo paso. La confluencia de intereses con Austria y Turquía provocó la creación de la Triple Alianza (Francia, Rusia y Gran Bretaña), iniciándose una etapa de "paz armada".

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